Guerra de sexos by Judy Christenberry

Guerra de sexos by Judy Christenberry

autor:Judy Christenberry
La lengua: spa
Format: epub
editor: Harlequin, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
publicado: 2019-11-15T10:56:28+00:00


Capítulo 8

LOGAN miró a Abby mientras pensaba en la caminata que tenían por delante.

–¿Estás segura? Deberíamos intentar mantenernos calientes hasta que Floyd venga a buscarnos.

–Sí. Floyd tardará al menos un par de horas en llegar hasta aquí, y nosotros podemos llegar en media hora –le aseguró ella, aunque no lo miró a los ojos.

«Más bien una hora» se dijo él. Siempre y cuando no se perdiesen, estarían bien. Los dos iban bien abrigados y se encontraban en buena forma física.

–De acuerdo –dijo Logan. No quería discutir con ella.

Abby respiró profundamente como si intentase hacer acopio de fuerzas.

–¿Tienes una navaja?

–¿Para qué? –inquirió él, preguntándose si habría algún problema que no hubiese previsto.

–Cortaremos mi bufanda por la mitad y así la podremos utilizar los dos.

Logan frunció el ceño.

–No quisiera romperla. Utilízala tú, yo estoy bien.

–Puedo comprarme otra –dijo ella–. Ahora necesitamos toda la ayuda que podamos conseguir –concluyó y extendió la mano.

Él metió la mano en el bolsillo de sus vaqueros y buscó la navaja que siempre llevaba encima, prometiéndose a sí mismo que le compraría otra bufanda.

Le entregó la navaja y sujetó la prenda mientras Abby la cortaba.

–Si metes los extremos debajo del sombrero, no se te caerá –le sugirió ella mientras se colocaba su mitad de la bufanda a modo de máscara.

Cuando salieron de la furgoneta, el fuerte viento y la nieve les azotaron. Los primeros pasos del ascenso por el arroyo fueron los más difíciles, y cuando ella se escurrió, Logan la sujetó con rapidez y la ayudó a llegar a la cima.

Ella, a su vez, le ofreció la mano para ayudarlo a dar el último paso.

Cuando ambos se enderezaron, Abby señaló con el brazo la dirección que debían tomar y comenzaron el penoso camino de vuelta.

No habían andado mucho cuando Logan pasó el brazo por los hombros de Abby, atrayéndola hacia sí. Y aunque ella levantó la cabeza y lo miró con sorpresa, no se apartó.

Él se dijo que solo quería protegerla, facilitarle el camino, pero al final admitió que necesitaba el apoyo de Abby tanto como ella el suyo. Y pensó con agrado que formaban un buen equipo.

Cuando llegaban a la granja, exhaustos por el esfuerzo, Logan oyó el ruido de una furgoneta y, cuando el vehículo apareció delante de ellos, tuvo que empujar a Abby a un lado, cayendo al suelo encima de ella.

–Abby, ¿estás bien? –preguntó él apartándose la bufanda de la cara y apremiándola para que hablase.

–Creo que sí –contestó ella casi sin mover los labios congelados.

Logan apenas dudó un momento antes de que sus labios rozaran los de Abby, acariciándolos y calentándolos con el contacto. Su mente se quedó en blanco a medida que su cuerpo entraba en calor. De repente, no le importaba dónde estuviesen, siempre y cuando estuviesen vivos y juntos.

No sabía qué habría sido de ellos si Floyd no los hubiese encontrado.

–¿Estáis bien? –preguntó el hombre–. No os he visto hasta el último momento. ¿Dónde está la furgoneta?

Al oír la voz de Floyd, Logan se apartó, se puso de pie y extendió la mano para ayudar a Abby a levantarse.



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